La alegría, que fue la pequeña publicidad del pagano, es el secreto gigantesco del Cristianismo. Y al cerrar este volumen caótico, vuelvo a abrir el extraño librito del cual vino todo el Cristianismo; y otra vez me ronda una especie de confirmación. La figura tremenda que respecto a ésto y a todo lo demás, llena las torres del Evangelio, por encima de todos los pensadores que se creyeron grandes. Su patetismo fue natural; casi fortuito. Los Estoicos antiguos y modernos se enorgullecieron de ocultar sus lágrimas. Él,nunca ocultó sus lágrimas; abiertamente las mostró en su rostro accesible a todas las miradas cotidianas tanto como a la remota mirada de su ciudad natal. No obstante, escondió algo.
Los superhombres y los diplomáticos imperiales se enorgullecieron de refrenar su ira. Él, nunca refrenó su ira. Derribó las mesas por la escalinata del Templo y preguntó a los hombres cómo esperaban librarse de la condenación del infierno. No obstante, Él refrenó algo. Lo digo con reverencia; en esa personalidad violenta había un rasgo qué debe ser timidez. Hubo en Él algo que escondió a todos los hombres cuando subió a orar en la montaña. Había algo que constantemente ocultó con un silencio repentino, o con un impetuoso aislamiento. Cuando caminó sobre nuestra tierra, había en Él algo demasiado grande para que Dios nos lo mostrara; y algunas veces imaginé que era Su alegría.[1]
[1] Ultimos párrafo de la ortodoxia de Chesterton.
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