miércoles, 25 de enero de 2023

La puerta del consentimiento

 


Un día tranquilo y normal, todo en paz y recogido, de pronto un pensamiento cruza mi mente, parece inocente y noble, lo consiento le doy cabida y me lleva por grandes imaginaciones de acciones futuras, de maneras de obrar, pastorales hermosas y un estilo de vida perfecto, me imagino con la virtud en alto, con la santidad ya alcanzada, con una vida llena de bondad y perfección.

Pero de repente ese pensamiento cada vez más y más alto se deforma, se presentan ya formas de pecados pasados, de deseos internos; vanidades de vanidades, cuando me vengo a dar cuenta me han abordado toda clase de vientos y llamas de las pasiones de mi cuerpo, mi espíritu tan recogido y orante se perturba como una catarata y poco a poco decae la meditación y mi mente busca el ocio y el entretenimiento barato.

¿Qué paso? Cuando me vengo a dar cuenta me he visto humillado por el pecado, amor propio, vanidad, vana gloria, castillos en el aire hechos de espuma y la pasión enloquecida,  mi mente turbada y dispersa, luego, caigo rápidamente en la inconformidad, la murmura, la crítica y buscar entretenerme en cosas vanas y hasta pecaminosas, ¿Y todos esos esos sueños de vida santa? Nada más que eso, sueños, banalidades que me distrajeron del verdadero trabajo que tengo que hacer hoy.

Todo eso, más todo lo que continuó no es más que ceder mi consentimiento, abrir mi puerta a pensamientos que se visten de luz pero que son en el fondo manifestaciones del espíritu malo, una cosa arrastra la otra, pero el Señor que rebaja a los soberbios, me devuelve a mi realidad, y suavemente con una mano extendida de confesor me devuelve esa gracia que deje escapar y me dice: El trabajo es hoy, al menos hoy ámame. 

Debo recordar lo que dice San Francisco de Sales: "Deja que el demonio golpee y grite a la puerta de tu corazón, presentándote mil imaginaciones e importunos pensamientos; como él no puede entrar sino por la puerta del consentimiento, mantenla bien cerrada y no te preocupes de más, no te preocupe que las sombras ronden en torno a tu barca, no temas mientras Dios este allí".

Ahora bien sé, providencialmente; que basta decir que no, mantener mi puerta cerrada es un gran trabajo, que aunque el enemigo se pinte como inocencia hermosa, no es más que podredumbre y desgracia, esa vanidad que no me lleva a nada y esa mente dispersa, solo son los auspicios de la catástrofe, tengo que cuidar mi huerto, regarlo diariamente y velar que las alimañas no se lo coman, que crezca y si Dios me concede la gracia den fruto abundandante.

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