INTRODUCCIÓN
Necesidad de la gracia
1. Pecado del hombre y origen de la gracia
Desde el pecado de nuestros primeros padres, la
humanidad había quedado manchado por el conocimiento del mal, se hace presente
el pecado en la historia, no puede darse otro nombre ni ninguna justificación,
por esto mismo solo con la gracia de Dios puede reconocerse el pecado,
inclusive la mirada de amor que se hace presente en la vida de los hombres.
La historia narrada en el Génesis contiene un
significado intrínseco que solo puede comprenderse en la muerte y resurrección
de Cristo, por esto es necesario conocer a Cristo como fuente de la gracia en
contraposición con Adán fuente de pecado, el hombre anhelando a su redentor,
espera gozoso la llegada de este y Dios lo revela en su Hijo resucitado[1].
El Catecismo afirma que «por la gracia nuestras obras
dan fruto para la vida eterna»[2],
el conocimiento de la trinidad no queda fuera de las esferas del conocimiento y
voluntad humana sino que manifiesta por la gracia del bautismo «por la gracia
del bautismo, somos llamados a participar en la vida de la bienaventurada
trinidad, aquí abajo en la oscuridad de la fe y, después de la muerte, en la
luz eterna»[3], es desde la capacidad
receptora humana donde a pesar de las limitantes es capaz de recibir el don de
la gracia proveniente de Dios a través del bautismo, vivida aquí en la vida
terrena, y después, en la muerte.
Por la misma gracia, la omnipotencia de Dios convierte los pecados y se restablece la amistad de Dios con los hombres[4], esta amistad es obtenida también en Cristo, que manifestó su amor a los hombres en el sacrificio de la cruz, dándonos ejemplo claro del amor del Padre, «a los hombres creados a su imagen y ya desde el «principio» elegidos, en este Hijo, para la gracia y la gloria»[5]. Esta gracia es regalo amoroso de Dios, una gloria pensada desde la historia salvífica, para rescatar al género humano del pecado original.
2. Dificultades del hombre para el camino de la vida moral
La vida eterna es un fin que sobrepasa la naturaleza
humana y que no guarda proporción con ella[6], por
sus solas fuerzas el hombre no es capaz de acercarse a la vida de gracia y
santidad, por esto es importante tomar en cuenta el don proveniente de Dios, es
Él quien da al hombre la capacidad de poder imitar a Cristo en sus virtudes. «Los
cristianos, reconociendo en la fe su nueva dignidad, son llamados a llevar en
adelante una vida digna del evangelio de Cristo»[7].
Ha este respecto dice Santo Tomas sobre la necesidad
de la gracia:
«Luego
el hombre, con sus recursos naturales, no puede producir obras meritorias
proporcionadas a la vida eterna. Para esto necesita una fuerza superior, que es
la fuerza de la gracia. Sin la gracia, pues, no puede el hombre merecer la vida
eterna; aunque sí puede realizar acciones que le conduzcan a algún bien
connatural suyo, como trabajar en el campo, beber, comer, cultivar la amistad,
y cosas semejantes»[8].
Por lo anteriormente dicho, el hombre necesita del
influjo divino, pero es necesario una respuesta de su parte, «ésta es la aspiración
central de toda decisión y de toda acción humana, la búsqueda secreta y el
impulso íntimo que mueve la libertad. Esta pregunta es, en última instancia, un
llamamiento al Bien absoluto que nos atrae y nos llama hacia sí; es el eco de
la llamada de Dios, origen y fin de la vida del hombre»[9].
Una llamada escuchada en el corazón, lo más íntimo «el sagrario del hombre»[10]
donde Dios habla y dicta una ley en el interior[11]
de las personas, esto contiene una dignidad -siempre por don gratuito de Dios-
sobre la conciencia moral.
Las dificultades de la vivencia en cuanto la moral
cristiana, no quedan tiradas en el olvido de Dios, las carencias de fuerzas
operativas del hombre para obrar bien desde su libertad, quedan inmiscuidas por
la gracia Divina[12], para que, obrando según
sus preceptos, pueda ser partícipe de la vida de Gloria, que como se ha dicho,
fue dada en el sacrificio de Cristo en la cruz[13]. Es
por esto que la teología moral sobrepasa la reflexión humana como una ética,
debe mantener una verdadera trascendencia -como se ve en la reflexión
teológica-, esta no solo se comporta como un presupuesto, más bien conforma el
cuerpo mismo de la moral, como fuente ultima de la misma[14].
3. Exigencias de la vida cristiana
Cristo al resucitar de entre los muertos se presenta
a sus discípulos reunidos en comunidad, Él, prometiendo el Espíritu Santo da la
misión a los apóstoles: «Id pues, y haced discípulos a todas las gentes,
bautizándolas en el nombre del Padre, y del hijo, y del Espíritu Santo y
enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado»[15].
La Iglesia fiel al Señor ha preservado el mandato que le fue otorgado, el
llamado a convertir a discípulos a todos los pueblos implica, como es evidente,
enseñar toda la doctrina moral contenida en los evangelios, que como se ha
dicho es ahora para la nueva alianza «una ley escrita en sus corazones»[16],
que no excluye guardar los mandamientos del decálogo, «El mandamiento se
vincula con una promesa: en la antigua alianza el objeto de la promesa era la
posesión de la tierra en la que el pueblo gozaría de una existencia libre y
según justicia[17]; en la nueva alianza el
objeto de la promesa es el «reino de los cielos», tal como lo afirma Jesús al
comienzo del Sermón de la montaña»[18].
Ante la perspectiva de los mandamientos, Jesús deja entrever
en la parábola del Joven rico que, para una verdadera plenitud del contenido de
los mandatos es necesario el camino de perfección, «Si quieres ser perfecto,
anda, vende lo que tienes y dáselo a los pobres, y tendrás un tesoro en los
cielos; luego ven, y sígueme»[19] El
joven rico al escuchar a Jesús se alejó triste, en este pasaje se refleja esa
exigencia y las dificultades que los hombre encuentran en el cumplimiento de la
ley de Dios, sobre todo cuando se encuentran con la totalidad de la moralidad cristiana,
esto no se debe a que la vivencia cristiana sea imposible y un peso que solo
pocos pueden cargar, ya que «Existe en el corazón humano la exigencia y la
apelación a una Respuesta íntegra y definitiva. Y, según hace ver de nuevo la
experiencia, esta respuesta no puede consistir en algo que el hombre alcanza
por sí solo»[20]. Es aquí donde la gracia
aporta en el hombre la fuerza para vivir estos mandatos en plena libertad y
encontrar en ellos un verdadero camino de santidad y felicidad en voluntad y sintonía
con Dios.
[1]
Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica, n.
388.
[2]
Catecismo de la Iglesia Católica, n.
1697, 1938 ss.
[3]
Catecismo de la Iglesia Católica n.
265.
[4]
Cfr. Catecismo de la Iglesia Católica
n. 277.
[5]
Juan Pablo II, Enc. Dives in misericordia. n.7.
[6]
Cfr. Suma teológica, q.5 a.5.
[7]
Flp 1, 27.
[8]
Suma teológica, I-II, q.109 a.4.
[9]
Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor. n.7.
[10]
Concilio Vaticano II, Cf. Const. Gaudium et Spes, n.16.
[11]
Cfr. Rm 2, 15.
[12] Santo Tomas afirma en Suma teológica, I-II, q.109 a.5: «El hombre realiza por su
voluntad obras que merecen la vida eterna. Pero, como dice San Agustín, esto
requiere que la voluntad del hombre sea dispuesta para ello por la gracia de
Dios».
[13]
Cfr. Rm 6, 23.
[14]
Cfr. Conferencia Episcopal Española,
Comisión episcopal para la doctrina de la fe, Nota sobre la enseñanza de la moral, cita, p.9.
[15]
Mt 28, 19-20.
[16]
Cfr. Jeremías 31, 33.
[17]
Cfr. Dt 6, 20-25.
[18]
Juan Pablo II, Enc. Veritatis Splendor. n.12.
[19]
Mt 19, 21.
[20]
Caffarra, Carlos, La libertad humana en la concepción
cristiana I. El origen y el destino de la libertad, n.2.1.
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